27 septiembre 2011

no pienses

siento que todo se me cae encima, que un techo de hormigón se viene abajo y yo, inmóvil, ajena a todo, observo a cámara lenta cómo se van formando las grietas y empieza a caer el polvo denso y gris sobre mis hombros. al mismo tiempo, como por armonía natural, un gran pasto se abre ante mí, flotando, levitando, haciendo brotar tallos altísimos, verdes y fuertes, como de caña, muy rápidamente, en cuya punta se erige una amapola roja enorme con un ojo dentro, que me mira fijo.
¿quién diría que bajo la oscuridad de esta angustia podrían nacer criaturas tan frágiles y fuertes como la cuerda que amarra el bote al puerto?
qué noble es tenerte, qué ignorante soy a cada minuto que pienso. te pienso. no sé, ni me preocupa, la cantidad de litros que lloraré como la niña que soy. tampoco me importa saber cuántas veces esconderé mis sentimientos dentro de una sonrisa dibujada en el espejo del baño. siempre te gusta cuando me pinto los labios de rojo, cuando me siento sobre tus piernas y luego te prohíbo que me beses.
parece una historia de amor cualquiera, que nunca acaba de contarse ni de meterse en mi realidad, entre mis pies y la punta de mi nariz.

¿puedes tocarme?

12 septiembre 2011

luz oscura

la silla era blanca, de madera, con ese entrerrejado de mimbre que tanto me recuerda a mi infancia. yo estaba sentada sobre tus piernas, con las mías abiertas y mi pecho recogido en el tuyo. nuestros corazones latían al unísono, de mis lentos parpadeos, mientras miraba sin verla la pared blanca. tus manos acariciaban mi espalda, en todas sus curvas y planicies, y yo, simplemente me dejaba ir con cada respiración.
de repente, el reflejo vivo de una luz rebotante chocó contra la pared haciendo que nuestros cuerpos se estremecieran entre sí. -¡mira nena!- me dijiste. yo no volteé. me quedé hipnotizada por aquel colibrí de luz que mi pupila era incapaz de seguir. -mira, ¡es allí!- entonces me di la vuelta dentro de tus brazos y fijé la mirada en un punto blanco que acaparaba toda posibilidad. un simple espejo, al otro lado del patio, era el culpable de matar nuestra paz. -no lo mires- te dije -no lo mires porque te vas a quedar ciego-. yo volví a mirarlo y cerré los ojos de dolor, como tú. cuatro párpados cerrados, el resto del mundo girando y mis piernas sobre las tuyas. -no puedo dejar de ver el punto blanco...- me quejé. -intenta mirar el fondo negro que hay alrededor- me dijiste, mientras yo me preguntaba cómo era posible ver lo mismo que tú si ambos teníamos lo ojos cerrados.
igualmente, nos quedamos así un buen rato, en la misma postura y en el mismo lugar, intentando huir de aquella luz que brillaba en el centro de nuestras oscuridades, hasta que nos dormimos.