la silla era blanca, de madera, con ese entrerrejado de mimbre que tanto me recuerda a mi infancia. yo estaba sentada sobre tus piernas, con las mías abiertas y mi pecho recogido en el tuyo. nuestros corazones latían al unísono, de mis lentos parpadeos, mientras miraba sin verla la pared blanca. tus manos acariciaban mi espalda, en todas sus curvas y planicies, y yo, simplemente me dejaba ir con cada respiración.
de repente, el reflejo vivo de una luz rebotante chocó contra la pared haciendo que nuestros cuerpos se estremecieran entre sí. -¡mira nena!- me dijiste. yo no volteé. me quedé hipnotizada por aquel colibrí de luz que mi pupila era incapaz de seguir. -mira, ¡es allí!- entonces me di la vuelta dentro de tus brazos y fijé la mirada en un punto blanco que acaparaba toda posibilidad. un simple espejo, al otro lado del patio, era el culpable de matar nuestra paz. -no lo mires- te dije -no lo mires porque te vas a quedar ciego-. yo volví a mirarlo y cerré los ojos de dolor, como tú. cuatro párpados cerrados, el resto del mundo girando y mis piernas sobre las tuyas. -no puedo dejar de ver el punto blanco...- me quejé. -intenta mirar el fondo negro que hay alrededor- me dijiste, mientras yo me preguntaba cómo era posible ver lo mismo que tú si ambos teníamos lo ojos cerrados.
igualmente, nos quedamos así un buen rato, en la misma postura y en el mismo lugar, intentando huir de aquella luz que brillaba en el centro de nuestras oscuridades, hasta que nos dormimos.
de repente, el reflejo vivo de una luz rebotante chocó contra la pared haciendo que nuestros cuerpos se estremecieran entre sí. -¡mira nena!- me dijiste. yo no volteé. me quedé hipnotizada por aquel colibrí de luz que mi pupila era incapaz de seguir. -mira, ¡es allí!- entonces me di la vuelta dentro de tus brazos y fijé la mirada en un punto blanco que acaparaba toda posibilidad. un simple espejo, al otro lado del patio, era el culpable de matar nuestra paz. -no lo mires- te dije -no lo mires porque te vas a quedar ciego-. yo volví a mirarlo y cerré los ojos de dolor, como tú. cuatro párpados cerrados, el resto del mundo girando y mis piernas sobre las tuyas. -no puedo dejar de ver el punto blanco...- me quejé. -intenta mirar el fondo negro que hay alrededor- me dijiste, mientras yo me preguntaba cómo era posible ver lo mismo que tú si ambos teníamos lo ojos cerrados.
igualmente, nos quedamos así un buen rato, en la misma postura y en el mismo lugar, intentando huir de aquella luz que brillaba en el centro de nuestras oscuridades, hasta que nos dormimos.
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