12 septiembre 2011

luz oscura

la silla era blanca, de madera, con ese entrerrejado de mimbre que tanto me recuerda a mi infancia. yo estaba sentada sobre tus piernas, con las mías abiertas y mi pecho recogido en el tuyo. nuestros corazones latían al unísono, de mis lentos parpadeos, mientras miraba sin verla la pared blanca. tus manos acariciaban mi espalda, en todas sus curvas y planicies, y yo, simplemente me dejaba ir con cada respiración.
de repente, el reflejo vivo de una luz rebotante chocó contra la pared haciendo que nuestros cuerpos se estremecieran entre sí. -¡mira nena!- me dijiste. yo no volteé. me quedé hipnotizada por aquel colibrí de luz que mi pupila era incapaz de seguir. -mira, ¡es allí!- entonces me di la vuelta dentro de tus brazos y fijé la mirada en un punto blanco que acaparaba toda posibilidad. un simple espejo, al otro lado del patio, era el culpable de matar nuestra paz. -no lo mires- te dije -no lo mires porque te vas a quedar ciego-. yo volví a mirarlo y cerré los ojos de dolor, como tú. cuatro párpados cerrados, el resto del mundo girando y mis piernas sobre las tuyas. -no puedo dejar de ver el punto blanco...- me quejé. -intenta mirar el fondo negro que hay alrededor- me dijiste, mientras yo me preguntaba cómo era posible ver lo mismo que tú si ambos teníamos lo ojos cerrados.
igualmente, nos quedamos así un buen rato, en la misma postura y en el mismo lugar, intentando huir de aquella luz que brillaba en el centro de nuestras oscuridades, hasta que nos dormimos.

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