14 julio 2011

lo nuevo viejo

me descalcé y pisé de nuevo el pasto verde húmedo. verde húmedo es un color. es el color con el que me crié.
dormí diez horas seguidas en aquel colchón que no se hunde, comí pan de cea y le robé a la vieja un par de frixuelos.
ahora está tapada. aquella puerta enorme que me empujaba a entrar en la panera, a reconocerme en el origen, donde mis infantiles manos revivían tantas niñeces resumidas en la mía. ahora los gatos son viejos y tienen los güeyos perdidos. las malas hierbas crecieron demasiado y las tomateras ya están maduras. otra hilera de fabas recoge la ilusión en la que la vieja siempre planta una buena cosecha. pero las fresas tampoco están buenas esta vez, parecen pasas de corinto, agrias y minúsculas. la yegua sigue en el mismo lugar, como una mancha exacta que rebuzna, sólo cambia el color. las ovejas de pronto han formado otra familia, y el sol sigue teniendo esa tonalidad escarlata que invita a sentarme en las pacas de yerbaseca, ignorando la conversación de los grillos.
en este campo nunca crece nada. todo se prude, reina el desorden y las mariposas no se entretienen demasiado. pero algo hay que me detiene, que no me deja caminar. me quiero quedar aquí, sin palabras, sin recuerdos, sin ojos y sin boca. solo oliendo. olor de mi campo, olor de mi vida.
la tendencia a esconderse, a hablar sin mover la lengua, las manipulaciones del recuerdo, la fragmentación de la luz, las inocencias de las edades, la multiplicidad de miradas dormidas o la ignorancia de un abrazo que se repite para nunca acabarse.
sólo cambian las estaciones, y con ellas el número impasivo de años que se alían contra mí. al margen de mi cuerpo, a través de mis sueños, por debajo del verde húmedo.